«El sueño que hace soñar»
Un corazón que transforma los «lobos» en «corderos»
Después de estos diez años he podido comprobar que el Aguinaldo de cada año es uno de los regalos más bellos que Don Bosco y sus sucesores ofrecen a toda la Familia Salesiana: nos ayuda a caminar juntos, llegando de manera generalizada también a los lugares más lejanos y para todos, dejando la libertad de acoger, integrar, potenciar «cuándo», «cómo» y «con quién» cada Comunidad Educativo-Pastoral (CEP) considere oportuno hacerlo.
En este nuevo año 2024 celebraremos el segundo centenario del «sueño-visión tenido por Juanito entre los nueve y diez años en la casita de los Becchi»1 en 1824. De hecho, es bien conocido en nuestra Familia Salesiana como el sueño de los nueve años. Considero que el aniversario de los 200 años del sueño que «condicionó todo el modo de vivir y de pensar de Don Bosco, y en particular, el modo de sentir la presencia de Dios en la vida de cada uno y en la historia del mundo»2 merece estar en el centro del Aguinaldo que guiará el año educativo-pastoral de toda nuestra Familia Salesiana. Podrá ser retomado y profundizado en la misión evangelizadora, en las intervenciones educativas y en las acciones de promoción social que, en todas partes del mundo, lidera nuestra Familia que encuentra en Don Bosco al inspirador y al padre.
«Quisiera evocar aquí el «sueño de nueve años». Me parece, en efecto, que esta página autobiográfica ofrece una presentación sencilla, pero al mismo tiempo profética, del espíritu y de la misión de Don Bosco. En él se define el campo de acción que se le confía: los jóvenes; se indica el objetivo de su acción apostólica: hacerles crecer como personas por medio de la educación. Se le ofrece el método educativo que resultará eficaz: el Sistema Preventivo. Se presenta el horizonte en el que se mueve toda su actuación y la nuestra: el diseño maravilloso de Dios, que antes que nadie y más que cualquier otro, ama a los jóvenes»3
Así escribía el Rector Mayor emérito, don Pascual Chávez Villanueva, en la conclusión del Aguinaldo 2012, ofrecido a la Familia Salesiana con motivo del primer año del trienio de preparación al Bicentenario del nacimiento de Don Bosco en 2015. Hermosa síntesis que con unas pocas líneas nos ofrece la esencia de lo que ha sido y es el sueño de los nueve años en su sencillez y su profetismo, en su valor carismático y educativo.
Un sueño, sin duda emblemático y que intentaremos en este año, a los 200 años de que aconteciera, acercarlo al corazón y a la vida de toda la Familia de Don Bosco. Un sueño definido a veces como un «famosísimo sueño-visión que se convertirá y que todavía constituye un pilar importante, casi un mito fundacional, en el imaginario de la Familia
Salesiana» y que, ciertamente, exige una contextualización y atención crítica a la redacción que Don Bosco mismo lleva a cabo, y que nuestros expertos en historia salesiana realizan, siempre en aras de poder hacer una lectura e interpretación actual, vital y existencial. Pero sin duda es un sueño que Don Bosco ha tenido en su mente y corazón durante toda su vida, como él mismo dice: «Con aquellos años tuve un sueño que quedó profundamente grabado en mi mente para toda la vida». Es decir, se trata de un sueño que ha estado presente en él y también presente en todo el camino recorrido en la Congregación Salesiana hasta hoy (y que sin duda llega a nuestra Familia Salesiana de un modo u otro). En palabras de don Rinaldi, refiriéndose al sueño en el primer centenario del mismo, leemos: «de hecho, su contenido es de tal importancia que, en este centenario, debemos tener el estricto deber de profundizar en él con más asidua meditación en cada detalle y poner en práctica generosamente sus enseñanzas, si queremos merecer el nombre de verdaderos hijos de Don Bosco y perfectos Salesianos. A nosotros nos está tocando vivir el extraordinario evento de este segundo centenario que, sin duda, tendrá muchísimas expresiones en todo el mundo salesiano. Ojalá que el arco de expresión de todo ello alcance lo más celebrativo y festivo y también lo más profundo de la revisión esperanzada de nuestras vidas, y las valientes propuestas a los jóvenes para ayudarles a soñar «en grande» en sus vidas con la presencia del Señor Jesús y yendo de la mano de la Maestra, la Señora, nuestra Madre.
1. «HE TENIDO UN SUEÑO…»: UN SUEÑO MUY ESPECIAL
Así es, hace 200 años Juanito Bosco tuvo un sueño que lo «marcaría» de por vida. Un sueño que le dejaría una huella imborrable y cuyo significado solo comprendió plenamente al final de su vida. He aquí el sueño contado por el propio Don Bosco según la edición crítica de Antonio da Silva Ferreira, del que solo nos apartamos en dos pequeñas variaciones.
[Cuadro inicial] Con aquellos años tuve un sueño que quedó profundamente grabado en mi mente para toda la vida.
[Visión de los chiquillos e intervención de Juan] En el sueño, me pareció encontrarme cerca de casa, en un terreno muy espacioso, donde estaba reunida una muchedumbre de chiquillos
que se divertían. Algunos reían, otros jugaban, no pocos blasfemaban. Al oír las blasfemias, me lancé inmediatamente en medio de ellos, usando los puños y las palabras para hacerlos callar.
[Aparición del hombre venerando] En aquel momento apareció un hombre venerando, de aspecto varonil y noblemente vestido. Un blanco manto le cubría todo el cuerpo, pero su rostro era tan luminoso que no podía fijar la mirada en él. Me llamó por mi nombre y me mandó ponerme a la cabeza de los muchachos, añadiendo estas palabras:
—No con golpes, sino con la mansedumbre y con la caridad deberás ganarte a estos tus amigos. Ponte ahora mismo, pues, a instruirlos sobre la fealdad del pecado y la belleza de la virtud.
Aturdido y espantado, repliqué que yo era un niño pobre e ignorante, incapaz de hablar de religión a aquellos muchachos; quienes, cesando en ese momento sus riñas, alborotos y blasfemias, se recogieron todos en torno al que hablaba.
[Diálogo sobre la identidad del personaje] Sin saber casi lo que me decía, añadí:
—¿Quién sois vos, que me mandáis una cosa imposible?
—Precisamente porque tales cosas te parecen imposibles, debes hacerlas posibles con la obediencia y la adquisición de la ciencia.
—¿En dónde y con qué medios podré adquirir la ciencia?
—Yo te daré la maestra bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio, y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad.
—Pero ¿quién sois vos que me habláis de esta manera?
—Yo soy el hijo de aquella a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día.
—Mi madre me dice que, sin su permiso, no me junte con los que no conozco. Por tanto, decidme vuestro nombre.
—El nombre, pregúntaselo a mi Madre.
[Aparición de la mujer de aspecto majestuoso] En ese momento, junto a Él, vi a una mujer de aspecto majestuoso, vestida con un manto que resplandecía por todas partes, como si cada punto del mismo fuera una estrella muy refulgente. Contemplándome cada vez más desconcertado en mis preguntas y respuestas, hizo señas para que me acercara a Ella y, tomándome bondadosamente de la mano, me dijo:
—Mira.
Al mirar, me di cuenta de que aquellos chicos habían escapado y, en su lugar, observé una multitud de cabritos, perros, gatos, osos y otros muchos animales.
—He aquí tu campo, he aquí donde tienes que trabajar. Hazte humilde, fuerte, robusto; y cuanto veas que ocurre ahora con estos animales, lo deberás hacer tú con mis hijos.
Volví entonces la mirada y, en vez de animales feroces, aparecieron otros tantos mansos corderos que, saltando y balando, corrían todos alrededor como si festejaran al hombre aquel y a la señora.
En tal instante, siempre en sueños, me eché a llorar y rogué al hombre me hablase de forma que pudiera comprender, pues no sabía qué quería explicarme.
Entonces Ella me puso la mano sobre la cabeza, diciéndome:
—A su tiempo lo comprenderás todo.
[Cuadro conclusivo] Dicho lo cual, un ruido me despertó. Quedé aturdido. Sentía las manos molidas por los puñetazos que había dado y dolorida la cara
por las bofetadas recibidas.
Después, el personaje, aquella mujer, las cosas dichas y las cosas escuchadas ocuparon de tal modo mi mente que ya no pude conciliar el sueño durante la noche. Por la mañana conté enseguida el sueño. Primero a mis hermanos, que se echaron a reír; luego a mi madre y a la abuela. Cada uno lo interpretaba a su manera. Mi hermano José decía: «Tú serás pastor de cabras, de ovejas o de otros animales». Mi madre: «Quién sabe si un día llegarás a ser sacerdote». Antonio, con tono seco: «Tal vez termines siendo capitán de bandoleros». Pero la abuela, que sabía mucho de teología aunque era completamente analfabeta, dio la sentencia definitiva, exclamando: «No hay que hacer caso de los sueños».
Yo era del parecer de mi abuela, sin embargo nunca pude olvidar aquel sueño. Los hechos que expondré a continuación le confieren cierto sentido. No hablé más del asunto, y mis familiares no le dieron mayor importancia. Pero cuando, en el año 1858, fui a Roma para tratar con el Papa de la Congregación Salesiana, me hizo narrarle con detalle todas las cosas que tuvieran algo de sobrenatural, aunque solo fuera la apariencia. Conté entonces, por primera vez, el sueño tenido a la edad de nueve a diez años. El Papa me mandó que lo escribiera al pie de la letra, pormenorizadamente, y lo dejara para animar a los hijos de la Congregación, por la que había realizado ese viaje a Roma.
El mismo sueño se repetirá varias veces en la vida de Don Bosco y él mismo, que de su puño y letra en las Memorias nos narró aquel primer acontecimiento cuyo Bicentenario se cumple ahora, cuenta varias veces lo que a distancia de tantos años vuelve a soñar. De hecho, el sueño de los nueve años no es un sueño aislado, sino parte de una secuencia prolongada y complementaria de episodios oníricos en la vida de Don Bosco. Él mismo conecta, integrándolos entre sí, tres sueños fundamentales: el de 1824 (en los Becchi), el de 1844 (en el Convitto Eclesiástico) y el de 1845 (en las obras de la Marquesa de Barolo), donde se encuentran elementos de continuidad y otros de novedad, pero siempre se reconoce en filigrana aquel primer cuadro y escena del prado de los Becchi, pero con nuevos detalles, reacciones, mensajes, ligados a las estaciones de la vida que ya no el Juanito de nueve años sino Don Bosco, en el pleno desarrollo de su misión, está viviendo ahora.
Incluso en otra ocasión, y muchos años más tarde, es el mismo Don Bosco, cuando ya tenía sesenta años, el que se lo cuenta a don Barberis en el año 1875. En aquel tiempo Don Bosco había presenciado el nacimiento de la Congregación Salesiana (18 de diciembre de 1859), de la Archicofradía de María Auxiliadora (18 de abril de 1869), del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora (5 de agosto de 1872) y de la Pía Sociedad de los Salesianos Cooperadores – según el nombre original dado por Don Bosco– aprobada el 9 de mayo de 1876.
Cuando este sueño se hace realidad por última vez Don Bosco es, como ya he dicho, un hombre maduro: ha vivido muchas situaciones, ha afrontado y superado numerosas dificultades, ha visto personalmente lo que la Gracia y el Amor de la Virgen María han hecho en sus muchachos; ha visto muchos milagros de la Providencia y ha sufrido bastante. «A su tiempo lo comprenderás todo» le había profetizado el primer sueño; y en 1887 en la misa de consagración del templo del Sacro Cuore en Roma, escuchó esa voz resonar en su oído y lloró de alegría, lloró contemplando los maravillosos efectos de su fe invicta»
.
2. EL SUEÑO PROFÉTICO: Una joya preciosa en el carisma de la Familia de Don Bosco
2.1. La mirada puesta en el Sueño
¿Dónde poner la mirada en este momento? Ante todo, en el Sueño en sí mismo, puesto que encierra una riqueza carismática sorprendente. Como ya dije, no hay una palabra que sobre y, seguramente, no hay nada que falte. Es más que evidente el esfuerzo que hizo Don Bosco en la redacción para transmitirnos que no es solo «un» sueño, sino que hemos de verlo como «el» sueño que marcará toda su vida, aunque no habría podido ni imaginarlo en ese momento como niño que era. De hecho «Don Bosco, de casi sesenta años –se sentía ya anciano y lo era para la época– tuvo que afrontar el problema de dar fundamento histórico-espiritual a su Congregación, recordando los orígenes providenciales que la justificaban. ¿Qué mejor que «narrar» a sus hijos cómo la cuna de la «Congregación de los Oratorios» en su génesis, desarrollo, finalidad y método, fuese una institución querida por Dios como instrumento para la salvación de la juventud en los nuevos tiempos?» .
De hecho, las Memorias del Oratorio (MO) en las que Don Bosco narra el sueño, no son otra cosa más que el sueño desplegado en su historia de vida, en el Oratorio y en la Congregación. Por eso mismo dice también en la introducción a su manuscrito:
«Me decido a relatar en este escrito pequeñas noticias confidenciales que pueden iluminar o ser de alguna utilidad para aquella institución que la divina Providencia se dignó confiar a la Sociedad de San Francisco de Sales». Y «¿para qué puede servir, pues, este trabajo? Servirá de norma para superar las dificultades futuras, tomando lecciones del pasado; servirá para dar a conocer cómo Dios mismo guio siempre todos los sucesos; servirá de ameno entretenimiento para mis hijos, cuando lean los acontecimientos en los que tomó parte su padre y, con mayor gusto, cuando –llamado por Dios a rendir cuenta de mis actos– ya no esté entre ellos».
La narración de las Memorias del Oratorio (y el Sueño de los nueve años como parte de estas), ha sido de tal trascendencia que ha involucrado en su estudio a significativos expertos salesianos durante toda una vida, captando con el paso de los años perspectivas diferentes.
Una muestra rica y digna de atención es, por ejemplo, los distintos subrayados que el gran estudioso de la pedagogía salesiana, don Pietro Braido, hace a lo largo de varias décadas. Se trataría de «una historia edificante legada por un fundador a los miembros de la Sociedad de apóstoles y educadores, quienes debían perpetuar su obra y su estilo, siguiendo sus directrices, orientaciones y sus enseñanzas» (1965); o «una historia del Oratorio más “teológica” y pedagógica que real, quizás el documento “teórico” de animación más largamente meditado y deseado por Don Bosco» (1989); «quizás el libro más rico en contenidos y orientaciones preventivas» que escribió Don Bosco: «un manual de pedagogía y de espiritualidad “contada”, en clara perspectiva oratoriana» (1999); o incluso un escrito en el que «la parábola y el mensaje» vienen antes y «por encima de la historia», para ilustrar la acción de Dios en las cuestiones humanas, y así, animando y recreando, «confortar y confirmar a los discípulos» en clara perspectiva «oratoriana» ( 1999). A mi modo de ver una de las piedras preciosas de esta joya a la que me estoy refiriendo es la que hace que quienes nos adentramos en el Sueño con corazón salesiano, sea cual sea nuestro camino en la vida cristiana-salesiana y en la Familia de Don Bosco, pueda sentirse interpelado para notar en el propio corazón si se siente dispuesto a aprender, dispuesto a dejarse sorprender por Dios que acompaña nuestras vidas, así como ha guiado la vida de Don Bosco, y para sentirse y sentirnos como hijos e hijas ante esa inmensa paternidad que emana de la figura de nuestro padre a lo largo de toda su vida. Porque:
o Si uno no se hace DISCÍPULO, alumno dispuesto a aprender, no conseguirá entrar verdaderamente en el espíritu de las Memorias del Oratorio y del Sueño.
o Si uno no se hace más CREYENTE, y no tiene la convicción de que Dios obra en la historia, en la de Don Bosco y en la personal de cada uno, comprenderá muy poco o nada de las Memorias del Oratorio y del Sueño, y todo esto será solamente una bonita «historieta».
o Y si uno no se hace HIJO o HIJA, no logrará sintonizar con la frecuencia habitual con la que Don Bosco comunica tanta paternidad con cuanto narra en este escrito.
Me parece que estas tres disposiciones iniciales (fe, filiación y discipulado) son imprescindibles, son «claves esenciales» para entender y asumir, como dirigido a uno mismo, lo que Don Bosco nos ha narrado y dejado como herencia espiritual porque aconteció en su vida, y la marcó e iluminó por siempre, y ha querido que fuese un legado que ayudase profundamente a sus Salesianos y a todos los que, por gracia, nos sentimos y somos parte de su Familia.
2.2. Los jóvenes, protagonistas del Sueño
Desde el primer momento se pone en evidencia en el Sueño «la misión oratoriana» que le es confiada a Juanito Bosco, aunque no sepa muy bien cómo hacer, ni cómo expresarlo. Como vemos, la escena está llena de muchachos, unos muchachos que son absolutamente reales en el sueño de Juanito.
Me parece que se pueda decir que los jóvenes son los protagonistas centrales del sueño, y aunque no pronuncian palabra, toda gira en torno a ellos; incluso los mismos personajes «celestiales», y el mismo Juanito Bosco están ahí debido a ellos. Todo el sueño es de ellos, y para ellos, los muchachos. Si excluyéramos a los jóvenes de este sueño, no quedaría nada que fuese significativo de cara a la misión.
Pero lo interesante es que no son como una fotografía que fija una imagen en un momento (y que ciertamente no existía en la época), sino que esos muchachos están en permanente movimiento y acción, ya sea cuando son agresivos (como lobos), cuando quizá no se soportan a sí mismos, o cuando transformados gracias al milagro en el modo de hacer que la Señora del sueño pide a Juanito, se transformarán (a modo de corderos) en muchachos serenos, amistosos y cordiales. Lo más importante que acontece en el Sueño, que el mismo Don Bosco aprende y, posteriormente todos sus seguidores, es a descubrir que es posible el proceso de transformación: se trata de un movimiento –me permito decir– «pascual» de cambio y transformación, de lobos en corderos, de corderos en una –diríamos con el lenguaje de hoy–, comunidad juvenil que celebra a Jesús y María. Me parece, ciertamente, un elemento esencial, central, del sueño.
2.3. Donde hay una clarísima llamada vocacional
«He aquí tu campo, he aquí donde tienes que trabajar. Hazte humilde, fuerte, robusto; y cuanto veas que ocurre ahora con estos animales, lo deberás hacer tú con mis hijos». Lo que acontece en el Sueño es, ante todo, una llamada, una invitación, una vocación, que pareciera imposible, inalcanzable. Juanito Bosco se despierta cansado, e incluso ha llorado; y es que cuando se trata de la llamada de Dios (el Señor de gran majestad en el Sueño, Jesús), la dirección que tal llamada puede tomar es impredecible y desconcertante.
Esta llamada es algo muy especial en el Sueño; es de una riqueza única. Lo digo porque parecería que, por la edad de Juan, por su orfandad, por la falta casi absoluta de recursos, la pobreza, las contrariedades internas en su familia, las disputas en torno a su hermanastro Antonio, las dificultades para acceder a la escuela a causa de la lejanía, y la necesidad del trabajo que debía realizarse en el campo, no hay un futuro posible y distinto más que el de permanecer allí, y ser, seguramente, un buen campesino. Puede parecernos que el Sueño resulta imposible, lejano, quizá destinado a otro, pero no a él. Incluso en la interpretación familiar del Sueño las palabras de la abuela parecieran confirmar esto. Sin embargo, justamente esta situación tan difícil hace a Don Bosco (en este momento a Juanito) muy humano, necesitado de ayuda, pero también fuerte y entusiasmado. Su fuerza de voluntad, el carácter, temple, fortaleza y decisión de su madre Mamá Margarita, y una profunda fe, tanto por parte de su madre como del mismo Juan, hace que todo se pueda poner en marcha. El Sueño estará siempre ahí, pero lo irá descubriendo desde la vida: poco a poco, a medida que las cosas se iban realizando, fui entendiendo… (Memorias del Oratorio, Fuentes 1121). No hay magia, no es un sueño de «hadas», no existe predestinación, sino una vida cargada de sentido, de exigencia, de sacrificio, pero también de fe y esperanza que impulsa a descubrirlo y a vivirlo cada día.
En el Sueño aparece un hombre muy respetable de varonil aspecto que habla con Juan, que lo interpela, que lo pone en manos de su Madre, la Señora. Hay ciertamente un envío a una misión. Una misión de pastor-educador en la que se señala también un método: la mansedumbre y la caridad. He aquí una muestra de su respuesta vocacional: «Juan, fiel a la inspiración divina desde la más tierna edad, comenzó a trabajar en el campo que le había asignado la Providencia. Aún no ha cumplido los diez años y ya es apóstol entre sus compatriotas del pueblo de Morialdo. ¿No es eso tal vez un Oratorio Festivo, aunque sea en embrión, a grandes rasgos, lo que el pequeño Juan inició en 1825, utilizando medios compatibles con su edad y con su instrucción?
Dotado de una memoria prodigiosa, amante de los libros, asiduo a los sermones, lo atesora todo, instrucciones, hechos, ejemplos, para repetirlos a su reducido auditorio, inculcando con admirable eficacia el amor a la virtud en quienes acuden a admirar la habilidad de su juegos y escuchar su infantil pero cálida palabra».
2.4. Y Ella, María, marcará por siempre el Sueño de Juanito y la vida de Don Bosco
Llegamos a un momento central del Sueño: La mediación materna de la Señora (unido al misterio del nombre). Para Juanito Bosco su madre y la Madre de aquel a quien saluda tres veces al día, serán espacio de humanidad en el que descansar, en el que encontrar seguridad y amparo en los momentos más difíciles.
«Yo te daré la maestra bajo cuya disciplina podrás llegar a ser sabio, y sin la cual toda sabiduría se convierte en necedad». De hecho, es ella quien le indica tanto el campo en el que tendrá que trabajar como la metodología a utilizar: “He aquí tu campo, he aquí donde tienes que trabajar. Hazte humilde, fuerte, robusto”. María es interpelada desde el principio para el nacimiento de un nuevo carisma, ya que es precisamente su especialidad llevar en el seno y dar a luz: por eso, cuando se trata de un Fundador, que debe recibir del Espíritu Santo la luz original del carisma, el Señor dispone que sea su misma madre, Virgen de Pentecostés y modelo inmaculado de la Iglesia, quien le haga de Maestra. Solo ella, la «llena de gracia», comprende de hecho todos los carismas desde dentro, como quien conoce todas las lenguas y las habla como si fueran la suya30. Y esto que dice el Señor del Sueño al jovencísimo Juanito Bosco es como decirle: «de ahora en adelante entiéndete con ella». «Digamos enseguida que no es Juanito quien escoge a María, sino que es María quien se presenta con la iniciativa de la elección: Ella, a petición de su Hijo, será la Inspiradora y la Maestra de su vocación».
Esta dimensión femenino-materna-mariana es quizá de las más interpelantes del Sueño. Cuando detenemos nuestra mirada serenamente ante esta realidad, este aspecto se transforma en algo hermoso. Es Jesús mismo quien le da una maestra, que es su madre, y «su nombre debe preguntárselo a Ella»; Juanito tiene que trabajar «con sus hijos», y será «Ella» quien se hará cargo de la continuidad del sueño en la vida, se hará cargo de llevarlo de la mano hasta el final de sus días, hasta el momento en el que verdaderamente lo comprenderá todo.
• Hay una intencionalidad enorme en querer decir que, en el carisma salesiano en favor de los chicos y chicas más pobres, desfavorecidos, y sin afecto, la dimensión del trato con «dulzura», con mansedumbre y caridad, así como la dimensión «mariana», son elementos imprescindibles para quien desea vivir este carisma. La Virgen tiene que ver con la formación en la «sabiduría del carisma». Y por eso mismo es difícil entender que en el carisma salesiano haya alguien (personas, grupo o institución) que deje en un segundo plano la presencia mariana. Sin María de Nazareth se habla de otro carisma, pero no del carisma salesiano, ni de los hijos e hijas de Don Bosco. Lo dice de un modo maravilloso don Ziggiotti, en esta búsqueda que hemos hecho de los comentarios de los Rectores Mayores acerca del Sueño:
“Quisiera convencer a todos los Salesianos de este hecho tan importante, que ilumina con luz celestial toda la existencia del Santo y, por tanto, da un valor indiscutible a todo lo que hizo y dijo en su vida: La Virgen, a quien fue consagrado por su madre al nacer, que iluminó su futuro en el sueño de nueve años y luego volvió para confortarlo y aconsejarlo, en mil formas, en los sueños, en el espíritu profético, en la visión interior del estado de las almas, en los milagros y gracias innumerables, que actuó invocándola; la Virgen lo es todo para Don Bosco; y el Salesiano que quiera adquirir el espíritu del Fundador debe imitarlo en esta devoción».