1. LA LEVADURA DEL REINO

La levadura trabaja silenciosamente. La fermentación tiene lugar en el silencio, así como el obrar del reino de Dios; trabaja desde dentro.

¿Quién, en efecto, ha podido escuchar la levadura mientras actúa sobre la harina y sobre la masa en que se ha puesto, mientras hace subir toda la masa? Esto nos hace comprender la acción del reino de Dios. El mismo apóstol Pablo presenta el reino a partir de lo que le es esencial cuando dice: «Porque el reino de Dios no es comida y bebida, sino justicia, paz y alegría en el Espíritu Santo» (Rom 14,17). Esta es la acción interior e invisible del Espíritu; es la levadura puesta en el corazón. Y como la levadura realiza su acción por contacto directo, así sucede con el Evangelio.

La parábola de la levadura, elegida como tema del Aguinaldo 2023, es una parábola de gran sabiduría evangélica y pedagógica, con un fuerte valor educativo. Expresa plenamente la naturaleza del reino de Dios que Jesús vivió y enseñó.

Hay varias interpretaciones y acentuaciones posibles. Mi opción interpretativa para el Aguinaldo de este año es presentar la levadura como imagen simbólica de la fecundidad y del crecimiento propios del reino de Dios; reino que en el corazón de las personas hace fecunda la llamada a la vida, la vocación allí donde Dios nos ha plantado, orientando la misión de los laicos y de toda la familia de Don Bosco en todo el mundo.

«Un poco de levadura hace fermentar toda la masa» (Gál 5,9). Es increíble cómo una porción de harina se duplica o triplica con la adición de una pequeña porción de levadura. El Señor nos dice que el reino de Dios es como la levadura con la que se hace fermentar la harina amasada con la que se hace el pan. La levadura, como señala el Señor en la parábola evangélica, no es la más grande en cantidad, al contrario, se utiliza muy poca. Pero lo que la diferencia es que es el único ingrediente vivo y, por estar vivo, tiene la fuerza para influir, condicionar y transformar toda la masa.

Por tanto, podemos decir que el reino de Dios es «una realidad humanamente pequeña y aparentemente irrelevante. Para entrar a formar parte de él es necesario ser pobres en el corazón; no confiar en las propias capacidades, sino en el poder del amor de Dios; no actuar para ser importantes ante los ojos del mundo, sino preciosos ante los ojos de Dios, que tiene predilección por los sencillos y humildes. Ciertamente el reino de Dios requiere nuestra colaboración, pero es, sobre todo, iniciativa y don del Señor. Nuestra débil obra, aparentemente pequeña frente a la complejidad de los problemas del mundo, si se la sitúa en la obra de Dios, no tiene miedo de las dificultades. La victoria del Señor es segura: su amor hará brotar y hará crecer cada semilla de bien presente en la Tierra. Esto nos abre a la confianza y a la esperanza, a pesar de los dramas, las injusticias y los sufrimientos que encontramos. La semilla del bien y de la paz germina y se desarrolla, porque el amor misericordioso de Dios hace que madure».

 

2. EL REINO DE DIOS SIGUE CRECIENDO EN NUESTRO MUNDO, ENTRE LUCES Y SOMBRAS

En el Evangelio, el reino viene con Jesús mismo, su presencia, su palabra Él, el Verbo hecho carne, su modo de vivir con la gente, mezclándose con personas de toda condición social, entre las que prefiere, precisamente, a las que otros excluyen. Hay un pasaje del evangelio de Mateo que abre una ventana sobre el modo de ser el reino de Dios que vive Jesús.

«Al salir de la sinagoga, los fariseos planearon el modo de acabar con Jesús. Pero Jesús se enteró, se marchó de allí y muchos lo siguieron. Él los curó a todos, mandándoles que no lo descubrieran. Así se cumplió lo dicho por medio del profeta Isaías: “Mirad a mi siervo, mi elegido, mi amado, en quien me complazco. Sobre él pondré mi espíritu para que anuncie el derecho a las naciones. No porfiará, no gritará, nadie escuchará su voz por las calles. La caña cascada no la quebrará, la mecha vacilante no la apagará, hasta llevar el derecho a la victoria; en su nombre esperarán las naciones”» (Mt 12,14-21).

Es Jesús mismo quien actúa como levadura entre la gente más común, entre los pobres y los enfermos que necesitan curación. «Él los curó a todos». Es un rostro «laico» de Jesús, en medio del «laós», de su pueblo, donde no hay diferencia de clase social ni de origen. Todos parecen compartir la pobreza y la necesidad de ayuda. Una vulnerabilidad que no le es ajena, como muestran los primeros versículos donde se habla de la abierta hostilidad de los fariseos, signo premonitorio de la cruz que se está acercando, donde su hacerse pobre para enriquecernos alcanzará pleno cumplimiento (cf. 2 Cor 8,9).

«Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio» (Mc 1,15). La expresión se encuentra 122 veces en el Evangelio y 90 veces en los labios de Jesús. Como tantas veces dijo el gran teólogo Karl Rahner, es claro que el reino de Dios está en el centro de la predicación de Jesús. Jesús vivió plenamente el reino, demostrando en los hechos el amor incondicional de Dios por los últimos, y su estilo de vida es adoptado por los doce y continúa en la primera Iglesia. «El que cree en mí, también él hará las obras que yo hago, y aún mayores» (Jn 14,12).

También hoy reconocemos que es mucho el bien que se hace y que crece en todas las latitudes, en este reino en construcción, y reconocemos además la presencia de tanto dolor: una aflicción que, muchas veces, es consecuencia directa de nuestro modo de ser y de actuar dentro de la familia humana.

Estamos llamados a abrir nuestros ojos y nuestros corazones al modo de actuar de Dios que establece su reino según sus caminos. Al sintonizarnos con su modo de ser y actuar, colaboramos con él, como obreros en su viña. De otro modo deja de ser «de Dios» y se convierte solo en obra nuestra.

La apertura universal que nos caracteriza como Familia Salesiana está en plena sintonía con el Evangelio del reino. La proximidad a tantas comunidades humanas diferentes en aproximadamente el 75% de los países del mundo es en sí misma un potencial formidable de unidad y de misión. La Iglesia está compuesta en más del 99% por laicos. Imaginemos cómo aumenta la proporción si se considera y se abraza a toda la familia humana: los laicos son la masa además de la levadura del reino. Como ya escribió san Juan Pablo II hace más de treinta años, en este vasto mundo «la misión está todavía en los comienzos».

A veces nuestra contribución humana o nuestro pequeño esfuerzo pueden parecer insignificantes, pero siempre son preciosos ante Dios. No debemos ni podemos medir la eficacia o los resultados de nuestros esfuerzos calculando cuánto invertimos en ellos, el esfuerzo que requieren de nosotros, como si fueran los únicos factores que intervienen, ya que la razón y el motivo de todo es Dios. No nos dejemos llevar por excusas que paralizan la misión y la construcción del reino; esto bloquea y paraliza. Incluso para Don Bosco lo mejor puede ser enemigo de lo bueno: no es necesario esperar las circunstancias ideales para dar el primer paso. Ser conscientes de nuestras limitaciones, libres de triunfalismos y autorreferencialidades estériles, y al mismo tiempo, llenos de confianza, seguros de que siempre «tiene un punto sensible al bien» (MB V, 367; MBe V, 266): este es el estilo del reino vivido según el carisma salesiano.

Mirando la realidad con los «ojos» y el «corazón» de Dios, comprenderemos que pequeñez y humildad no significan debilidad e inercia. Es poco lo que podemos hacer frente a lo mucho que se requiere de nosotros. Sin embargo, nunca es «insuficiente» o irrelevante, porque es Dios quien nos hace crecer. Es la fuerza de Dios que viene en ayuda. Y es Dios quien, al final, acompaña nuestro compromiso, nuestro esfuerzo, nuestro ser pobre levadura en la masa. Con la condición de hacerlo todo y siempre en su nombre.

 

 

3. LA FAMILIA HUMANA NECESITA HIJOS E HIJAS RESPONSABLES

«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón». Así comienza la Constitución Pastoral del Concilio Vaticano II Gaudium et Spes. Dentro de tres años recordaremos el 60º aniversario de su promulgación. Ha marcado y sigue marcando el horizonte en el que la Iglesia está llamada a moverse, un panorama tan familiar para el que, en la Iglesia y en el mundo, desarrolla una misión como la de Don Bosco, donde la vitalidad juvenil y la compasión por quien es pobre y sufre están siempre copresentes.

Es una invitación a sentirnos solidarios y adentrarnos sin miedo en este tiempo que nos toca vivir, con desafíos que parecen crecer cada vez más en intensidad y son cada vez más globales y donde los primeros afectados, muchas veces trágicamente, son los sectores más jóvenes de la población.

Es un impulso para descubrir el significado de la propia existencia, ya que mi vida nunca está aislada de la de los demás. El yo y el nosotros solo pueden existir y vivir bien juntos. La parábola de la levadura y esta propuesta de Aguinaldo nos ayudan a sintonizarnos con la evolución en el tiempo de los procesos que configuran la historia humana. La levadura integrada en la masa del pan necesita un tiempo propio para fermentar, y también nosotros tenemos una responsabilidad y un compromiso en la construcción de esta familia humana para que el mundo sea más habitable, más justo, más fraterno.

Conocemos todo el bien que nos rodea, pero también cuánto es el sufrimiento, la injusticia, la pena que todavía atenaza el mundo en que vivimos, como ya había dicho. El papa Francisco nos lo recuerda cuando afirma que «cada generación ha de hacer suyas las luchas y los logros de las generaciones pasadas y llevarlas a metas más altas aún. Es el camino. El bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre; han de ser conquistados cada día. No es posible conformarse con lo que ya se ha conseguido en el pasado e instalarse, y disfrutarlo como si esa situación nos llevara a desconocer que todavía muchos hermanos nuestros sufren situaciones de injusticia que nos reclaman a todos».

Crece el grito de los pobres, de los cuales una gran parte son niños, adolescentes y jóvenes, ante desafíos tan amplios como cercanos a los que encontramos en los orígenes de nuestra misión. Estamos hechos para este tiempo no menos de lo que Don Bosco lo estuvo para el suyo. Sentimos con fuerza la apelación que proviene de la familia humana de la que formamos parte como individuos y como comunidad, familia marcada y herida por la imperiosa necesidad de justicia y dignidad para los últimos y los rechazados; de paz y fraternidad; de cuidado de la casa común.

No menos fuerte y radical, es decir, en la raíz de cualquier otro anhelo, está la necesidad de verdad y la necesidad de Dios.

Ante esta realidad hemos de ser muy conscientes de que no podemos dejar para mañana el bien que tenemos que hacer hoy. Estamos llamados a ser levadura que transforma desde dentro a la familia humana. Es un mandato tan básico que coincide con la propia vida, con el ser humano: nadie puede sustraerse a él.

Por eso dentro de la Familia de Don Bosco, inspirándonos en la dinámica evangélica de la levadura, este año queremos profundizar y reconocer la riqueza de ser parte de esta Familia, humana y salesiana, donde muchos en esta Familia de Don Bosco son laicos y laicas, y donde los consagrados debemos enriquecernos con esta complementariedad. Ser laico es un estado de vida y una vocación que caracteriza de manera tan preponderante a todas las presencias en el mundo que de diversas maneras se identifican o sintonizan con la Familia de Don Bosco. Agradecidos y unidos como una auténtica familia queremos aprovechar las diferentes culturas y sociedades, el don de sus vidas, la fuerza de su fe, la belleza de su familia, su experiencia de vida y trabajo, su talento para interpretar y vivir el carisma y la misión de Don Bosco para los jóvenes y para el mundo de hoy.